Ya sabemos que el próximo 9 de junio hay elecciones al Parlamento Europeo en el Estado español, que nos jugamos mucho, que de ahí dependen las políticas agrarias (la de las subvenciones a los señoritos), de inmigración (las que tienen como consecuencia cientos de muertes frente a nuestras costas), presupuestarias (las que limitan lo que podemos gastarnos y lo que no, que siempre aplica en las políticas sociales), de emergencia (como los famosos Next Generation que han repartido tanto dinero, sobre todo a empresas e industrias de fuera de Andalucía), etc. etc  y, en los últimos tiempos, militares (con un aumento bestial de regalos a los fabricantes de armas de EEUU, Gran Bretaña, Alemania, Francia y alguno más como Israel o España).

También sabemos que por estos lares, estos comicios suelen concentrar mucha abstención sobre todo porque no nos explican bien las competencias de la Unión Europea ni lo mucho que nos influyen sus decisiones neoliberales, ultracapitalistas y oligárquicas en nuestras vidas cotidianas. Lo que sí nos saben transmitir los medios de reproducción cultural (las redes digitales -me niego a llamarlas “sociales”, porque mis redes sociales la componen mi familia, mi vecindad, mis amistades presenciales, mis compañeros/as de trabajo,… – , los medios de comunicación, los centros educativos, etc.) es que son unas primarias de las elecciones estatales, hipotética y eternamente adelantadas por quien pierde las últimas, o una revancha de las anteriores. Sabemos que es absurdo, que no hay una relación directa, que las competencias son otras, que los grupos que se forman en la cámara de Estrasburgo y la de Madrid son diferentes, pero no importa, una y otra vez nos repiten que son un segundo tiempo del partido ya jugado.

Como no, si son unas secundarias de las elecciones estatales, volvemos necesariamente al enfoque de aquéllas: o votas al partido de gobierno o al otro. Siempre puedes optar por una tercera papeleta pero te recuerdan siempre que es prácticamente inútil y que no hay nada como una buena mayoría absoluta para que el gobierno de turno pueda hacer lo que le dé la gana. De eso sabemos mucho en Andalucía. Bipartidismo puro y duro, made in Madrih, centralizado en la capitá. En estos días he tenido que escuchar, por ejemplo, que no hace falta una candidatura andaluza porque el PP defiende ya los intereses de Andalucía. Todavía no he podido parar de reírme, por no llorar. Los partidos estatales vienen a Andalucía a sabiendas que es un granero de votos fundamental, que nuestra población es comparable a la de algunos países de la Unión (o Des-Unión, según se vea) y que se juegan su fuerza en el apoyo que andaluces y andaluzas de todo el territorio, más allá de las fronteras autonómicas, le regalen a cambio de nada. Todos se arriman a Andalucía, vienen a menudo, prometen y se hacen adalides del sur, se atreven con nuestras señas de identidad y con nuestra tierra. Con el acento no tanto porque ya pasó el tiempo de imitaciones texanas aznarinas y lo dejan para el personal de servicio, el macarrismo y la gente inculta de las series que las empresas de sus amigotes producen.

Envolverse en la blanca y verde no te identifica con lo que esa bandera representa. Cualquiera puede hacerlo, puede fotografiarse, sonreir falsamente, hasta acompañar los compases del himno con letra de Blas Infante. Llevamos un tiempo, desde poco antes de las elecciones autonómicas, en el que estamos viendo cómo se apropian de nuestros símbolos, nos roban nuestra identidad, se colorean por interés y enarbolan una bandera que no hace mucho despreciaban o, simplemente, ninguneaban. En algunas manos, la enseña se vuelve trapo, con un simple teñido del color del yerbajo y con un escudo descolorido, donde los leones pierden su fuerza y no se le oye el rugido.  Es el caciquismo electorero del que nos habla el Padre de la Patria Andaluza. No todo el que se retrata con la blanca y verde lucha, reivindica, pelea, grita: “Andaluces(as) levantaos, pedid (conquistad) tierra y libertad”.

La arbonaida representa la reivindicación permanente, la defensa del pueblo, el esfuerzo constante por la supervivencia, la pelea por el progreso, el trabajo en pro de la libertad y de la justicia social, un proyecto de liberación, un proceso de cambio que traiga una buena vida para todas y todos sin excepción, la igualdad redistributiva y la fraternidad entre los pueblos, pero sobre todo la lucha por la soberanía, por la autodeterminación de un pueblo, el andaluz, que padece hoy en día la marginación y la discriminación, que sufre una situación de colonialidad, que ha sido empujado a la periferia. ¿Acaso quienes ahora se llaman “andalucistas” están dispuestos a trabajar prioritariamente por ello?

Votar en andaluz es reconocer la historia de esta tierra, reivindicar un pasado cargado de éxitos y victorias, de aportes y avances, de esplendor y prosperidad, de siglos de glorias y alegrías, de un Tartessos, una Bética y, sobre todo, un Al Andalus diverso, heterogéneo, hospitalario, abierto, creativo, innovador y desarrollado en sus respectivos tiempos. Pero también una colonización represora, genocida, discriminadora, excluyente, explotadora, que hay que deconstruir, visibilizar e identificar para superarla, definirla y repararla. Una historia de riqueza sin igual y un presente inexplicable sin entenderla. Se ha perpetuado la subalternidad de Andalucía, marginada de los procesos de desarrollo, aislada de su entorno, explotada desde su subsuelo, su superficie, su fuerza de trabajo y su talento, delimitada caprichosa y externamente, folklorizada y menospreciada en sus acentos, adaptación al clima y papel obligado por el centralismo.

Votar en andaluz es centrarse en el pueblo andaluz, en las gentes que habitan nuestra tierra, que, hayan nacido en el ámbito rural o en el urbano, en un pueblo o una capital, en el territorio de la comunidad o en otro, la enriquecen, la reconocen, la defienden y la aman. Nos identificamos como andaluzas y andaluces sin exclusiones, como perfecto puzzle de orígenes, etnias, culturas y subculturas. Es fundamental reconocernos desde nuestra identidad, para “volver a ser lo que somos”.

Votar en andaluz es priorizar las reivindicaciones de las clases trabajadoras andaluzas, obreras, agricultoras, metalúrgicas, pesqueras, funcionarias, amas de casa o consumidoras, en contra del centralismo, territorial y de clase, reconociendo sus comarcas y sus rincones, sin concentración de los recursos en las ciudades, en las capitales de provincia o de la comunidad autónoma, en los bolsillos de los señoritos de siempre y en los nuevos, venidos de fuera o hechos aquí mismo, que se quedan con la riqueza de todos y todas, aliándose por los poderes para conservar sus privilegios.

Votar en andaluz es fortalecer lo común más que lo personal, lo colectivo más que lo individual, lo público más que lo privado, lo que es del pueblo más que lo que es de las élites. Sin perder la identidad propia, respetando nuestro ser hospitalario, de poderío y de carácter fuerte. Defender lo nuestro más que lo mío, Andalucía más que Juan, Pedro o Martín.

Te animo a hacer un ejercicio para votar en andaluz: Lee los primeros nombres de las listas electorales y trata de identificar qué han hecho por nuestra tierra. Recuerda cuántas veces han venido los y las líderes de los partidos a Andalucía el año antes de la campaña electoral. Busca en los programas electorales la palabra Andalucía. Mira si incluyen las preocupaciones de nuestra comunidad, además de las generales de toda España.

Quítate la venda rojigualda y vota en andaluz.

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