Un cuarto de siglo se ha cumplido desde que una bala truncó la vida de José María Martín Carpena, concejal del Partido Popular en el Ayuntamiento de Málaga. Ese 15 de julio del 2000 se paralizó el país en un nuevo golpe de ETA contra la democracia, y la escena quedó grabada en la memoria de muchos malagueños. La brisa del mediterráneo no logró aliviar el golpe seco de los disparos que interrumpieron la rutina y acabaron con la vida del edil. Eran poco más de las nueve y media de la noche cuando Martín Carpena salía de su casa, acompañado de su mujer y su hija, quienes presenciaron la tragedia. Cuando se acercó a su coche, Jon Igor Solana Matarrán, uno de los miembros del comando etarra en Andalucía, efectuó seis disparos a quemarropa contra el político. Cuatro de ellos impactaron y Carpena murió en el acto. El etarra huyó inmediatamente en un coche donde le esperaba Harriet Iragi Gurrutxaga, quien también participaría después en el asesinato de Antonio Muñoz, coronel del Ejército del Aire.
Fue un crimen que conmocionó a Málaga pero también al país entero. Periódicos nacionales abrieron el tema en portada y otros dedicaron páginas a cinco columnas al terrible suceso. Miles de personas acudieron a la capilla ardiente instalada en el consistorio de su ciudad y al funeral en la Catedral, al que acudieron importantes autoridades del Estado, entre ellas el entonces presidente del Gobierno, José María Aznar. La respuesta posterior fue aún más grandilocuente: más de 300.000 malagueños se manifestaron para mostrar su rechazo al terrorismo, convirtiéndose en una de las concentraciones más multitudinarias que ha vivido la ciudad.

El atentado se produjo en pleno proceso de erosión del terrorismo etarra, aunque este fue el primer golpe mortal en la localidad. Martín Carpena había llegado al ayuntamiento tres años antes de su asesinato. Lo hizocomo parte del equipo de quién aún, tras 25 años al frente, continúa como regidor: Francisco de la Torre. El caso de Carpena fue diferente al de otros políticos que sí habían recibido amenazas. Él no las recibió y por eso nunca llevó escolta ni pidió una protección especial, pero sí seguía las normas de autoprotección del Ministerio del Interior. No fueron suficientes porque, aunque en su cabeza pensaba que nadie quería hacerle daño, sus asesinos llevaban meses recopilando información sobre él y otros concejales.
Al año siguiente, Solana e Iragui fueron condenados a 30 años de prisión por los hechos. No obstante, en 2024 Iragui logró el tercer grado y su puesta en libertad, a pesar de que para ello suele ser exigible el arrepentimiento y la colaboración con la justicia. Iragui, habiendo sido condenado por tres asesinatos en el año 2000 -el de Martín Carpena, el de Luis Portero y el de Antonio Muñoz-, tan sólo ha pasado poco más de veinte años en la cárcel. La memoria de Martín Carpena sigue viva en el recuerdo de la ciudad y así merece seguir siendo, sobre todo cuando las nuevas generaciones sólo conocen su nombre porque así se llama el pabellón deportivo donde juega el Unicaja.
En el Parque de Huelin hay un busto que lo recuerda. Cada 15 de julio, una ofrenda y un minuto de silencio reavivan su memoria. Su mujer y su hija siguen acudiendo a los actos. Siguen escuchando su nombre. Málaga, cada año, le rinde tributo como símbolo de lo que el terror no pudo romper: la voluntad de vivir en libertad y de hacer política sin miedo.