Nunca en mi corta y exigua trayectoria como docente había tenido la oportunidad de dirigirme a una audiencia tan generosa y agradecida. Hasta ahora, mi periplo por las aulas se resumía en explicar la oración compuesta y leer un par de fragmentos de El Capitán Alatriste a grupos que difícilmente se entusiasmaran con algo que no fuese el recreo o el partido que iban a jugar en la asignatura de educación física. También recuerdo un día en el instituto de idiomas con una eslovena, una noruega, una japonesa y un francés, que más que una clase de español, y el comienzo de un chiste, se convirtió en un máster en gastronomía y festividades sevillanas.

Ahora, con los talleres de La Prensa en Andaluz, dirigidos a personas mayores de 55 años, estoy descubriendo un público totalmente distinto. A diferencia de mi generación, la denominada como la más preparada del país, nuestros abuelos y abuelas no han tenido la ocasión de estudiar y de formarse. Y cuanta más edad, más considerable es la brecha. De hecho, las mujeres mayores de 70 años casi ni han pisado la escuela porque tuvieron que trabajar desde edades tempranas o ayudar a sus madres en las labores domésticas. Era la época del franquismo.

Esto último se encargaron de recordármelo tres alumnas encantadoras al final del taller que impartimos mi compañera Laura y yo en la Biblioteca Pública de Alcalá de Guadaíra. Eran las tres alumnas de más edad, probablemente las que tenían más historias que contar y también las que necesitaban más ayuda para rellenar el cuestionario. Las abordé casi de casualidad, pero desde ese momento tuve claro que iban a estar en este artículo, por mucho que me desviase del tema que nos ocupa: el periodismo y los medios de comunicación.

Y están porque reflejan los valores de una generación a la que el destino puso una vida muy dura y llena de sacrificios, y a pesar de ello, hoy se sientan en una banca a escucharnos con ilusión y ganas de aprender. En ese momento entendí lo necesario de este proyecto. Los dinamizadores que damos voz al mismo tenemos la oportunidad de demostrar los conocimientos adquiridos como periodistas y ponerlos al servicio de los mayores. Y ellos, los mayores, pueden aportarnos experiencia e historias en primera persona que nos ayuden a comprender mejor el contexto actual y las necesidades del público. Es un binomio enriquecedor del que todos salimos ganando. Aquí queda mi pequeño homenaje a Araceli, Manuela, Mari Carmen y todas las personas que han participado y continuarán participando en los futuros talleres. 

 

 Texto de Pablo Núñez Erramusbea

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